Desde Colombia...
El colombiano Manuel Elkin Patarroyo es un científico muy singular. Nació en 1947 en Ataco, un pueblo de Colombia, primogénito en una familia de 11 hermanos. Estudió Medicina en la Universidad Nacional de Bogotá, donde ya empezó a formar parte de un grupo de investigación. Durante esa época de formación, Patarroyo realizó diversos viajes a las Universidades de Rockefeller (Nueva York), Yale y Carolinska para ampliar sus conocimientos, preocupándose por aprender sobre las estructuras químicas de proteínas y las secuencias de aminoácidos. Influido por las figuras de Pasteur o Koch, cuyas biografías comenzó a leer a los 8 años de edad, tuvo la ocasión de formarse directamente con grandes figuras de la ciencia. Tres de ellas destacan principalmente: el premio Nobel de Química Bruce Merrifield, el profesor Henry Kunkel, figura internacional en Inmunología, y el virólogo Ronald Mc Quenzie.
En 1972 Patarroyo fundaba en Bogotá un pequeño laboratorio que más tarde se convertía en el Instituto de Inmunología del Hospital de San Juan de Dios, bajo su dirección. Interesado por la química, y convencido del enorme interés del desarrollo de vacunas sintéticas, puso en esta empresa todo su empeño y pasión por la investigación.
Sus trabajos sobre las vacunas, en particular sobre la vacuna contra la malaria, se iniciaban en 1978. Con su equipo de investigadores, este gran científico logró obtener la primera vacuna contra la malaria (SPf66) en 1986, que nacía también como la primera vacuna químicamente desarrollada en la historia. En América Latina se vacunaron 30.000 personas para probar la eficacia y seguridad de la vacuna, que fue donada, en 1992, a la Organización Mundial de la Salud con la condición de que su producción y comercialización fueran hechas en Colombia.
La figura de Manuel E. Patarroyo ha estado muy vinculada a España, junto a quien participa en el desarrollo de vacunas. Desde 1990 trabaja en colaboración con el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España. En 1994 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y técnica, y en 1996 obtenía la nacionalidad española.
Patarroyo cuenta ya en su haber con un total de 21 títulos Honoris Causa. Casado y con tres hijos, su vida familiar y su calidad humana son tan característicos en él como su pasión por la ciencia.
La nueva vacuna: una doble aportación
La malaria o paludismo es una enfermedad causada por un protozoo, el denominado Plasmodium, y se caracteriza por la aparición de accesos febriles periódicos, anemia secundaria y esplenomegalia. Es propia de regiones con climas cálidos y húmedos, donde existen condiciones para el desarrollo de los mosquitos transmisores de estos parásitos. Existen cuatro tipos de malaria o Plasmodio, aunque sólo un tipo puede conducir a la muerte, el Plasmodium falciparum. Los otros tres tipos de malaria son el Plasmodium vivax, el Plasmodium malariae y el Plasmodium ovale. Se trata de una enfermedad endémica en un total de 101 países, que corresponden a la mayor parte de las regiones tropicales y subtropicales de Asia, África y América, aunque también existe en algunas zonas templadas. Infecta a unos 500 millones de personas y causa entre 1 y 1,5 millones de víctimas mortales cada año. Estos datos lo convierten en uno de los peores problemas de salud del mundo. En países como España sólo se dan algunos casos aislados de malaria actualmente.
Los primeros estudios para desarrollar una vacuna contra la malaria se remontan a los años 40. Aunque en las últimas décadas han sido varios los intentos, el grupo del científico Manuel Patarroyo lograba desarrollar la primera vacuna contra la malaria producida por el Plasmodium falciparum (SPf66). Cuando creó la primera vacuna contra la malaria no dudó en donar la patente de su invento a la Organización Mundial de la Salud, tratando de asegurar su uso en beneficio de la humanidad y no el de las casas farmacéuticas o el suyo propio.
Pero su aportación fue doble: su vacuna era la primera vacuna sintética o química, radicalmente distinta de las vacunas biológicas hasta entonces desarrolladas. Mientras éstas se basan en la introducción de microorganismos muertos o atenuados por procesos físicos o químicos, la química no sólo permite definir moléculas a un nivel atómico, manipularlas y producirlas a gran escala de forma idéntica, sino que la producción de vacunas se abarata enormemente. Esto supone un aspecto fundamental para un científico como Patarroyo que mira al mundo que le rodea con una honda preocupación por los países más desfavorecidos.
Y es que, sin duda, nacer en un país como Colombia marcaba el destino de este gran hombre. "Yo siempre, desde niño, quise hacer vacunas, porque soñaba con ser útil a la humanidad". Un sentimiento de solidaridad profundamente arraigado en él e inculcado por sus padres.
Aunque el éxito de la vacuna desarrollada por el médico colombiano fue parcial en sus comienzos, con sólo un 40% de efectividad, la investigación ha continuado hasta hoy. Actualmente el equipo de Patarroyo ha desarrollado una nueva vacuna sintética con la que se espera alcanzar, para el año 2001, una efectividad del cien por cien. Hasta ahora se ha experimentado en monos con un sistema inmunológico similar al de los humanos. Si tiene el éxito esperado, será producida en Colombia y distribuida en todo el mundo
Un modo de entender la ciencia
Patarroyo no es un científico cualquiera. Pese a las desconfianzas de muchos sobre el éxito de sus investigaciones, el desarrollo de una vacuna sintética y, en particular, de la vacuna contra la malaria se puede considerar una revolución en el ámbito de la parasitología y, de forma más general, de la Medicina. Hay quien ya apuesta por él como próximo premio Nobel. Su figura ha dado mucho que hablar y algunos afirman algunos que su singular trayectoria podría servir de modelo a muchos jóvenes de los países subdesarrollados y a otros tantos científicos.
Patarroyo puso la ciencia, su ciencia, al servicio del hombre. De un hombre asediado por enfermedades como la malaria, "una enfermedad de la pobreza" como él mismo la define. Sus trabajos salvarán miles de vidas, y su constancia y empeño, su lucidez y brillantez científica, merecen que sea considerado ya uno de los más grandes científicos del siglo XX, y quizás también del siglo XXI.